La teoría microbiana de la enfermedad es una teoría que propone que los microorganismos son la causa de muchas enfermedades. Aunque fue muy controvertida cuando se propuso, es ahora fundamental en la medicina moderna y la microbiología clínica, conduciendo a innovaciones tan importantes como los antibióticos y las prácticas higiénicas.[1] Conocimientos adicionales recomendados
HistoriaLa visión histórica antigua era que las enfermedades se generaban espontáneamente en vez de ser creadas por microorganismos que crecían por reproducción.[1] El Atharvaveda es el primer texto antiguo que trata sobre medicina. El texto identifica las causas de la enfermedad como agentes causales vivos como el yatudhānya, el kimīdi, el kṛimi y el durṇama. Los atharvāns buscan matarles con una variedad de fármacos a fin de contrarrestar la enfermedad (véase XIX.34.9). Una de las primeras referencias occidentales a esta posterior teoría aparece en De agricultura de Marcus Terentius Varro (publicado en el 36 a. C.) donde hay una advertencia sobre encontrar una granja en la proximidad de las ciénagas: ...y porque hay criadas ciertas criaturas diminutas que no pueden verse con los ojos, que flotan en el aire y entran en el cuerpo a través de la boca y la nariz y allí causan graves enfermedades.[2]
En el Canon de medicina (1020), Abū Alī ibn Sīnā (Avicena) expuso que la secreción corporal está contaminada por cuerpos terrenales exteriores sucios antes de estar infectado.[3] También descubrió la naturaleza contagiosa de la tuberculosis y otras enfermedades infecciosas, e introdujo la cuarentena como una manera de limitar la propagación de enfermedades contagiosas.[4] Cuando la peste bubónica de la Peste Negra llegó a al-Andalus en el siglo XIV, Ibn Jatima supuso que las enfermedades infecciosas eran causadas por «cuerpos diminutos» que entraban en el cuerpo humano y causaban la enfermedad. Otro médico andaluz del siglo XIV, Ibn al-Jatib, escribió un tratado llamado De la peste, en donde afirma:[3] «La existencia de contagio es conocida por la experiencia, la investigación, la evidencia de los sentidos e informes fidedignos. Estos hechos constituyen un argumento de peso. El hecho de la infección se vuelve claro al investigador que nota cómo aquel que establece contacto con el afligido coge la enfermedad, mientras que aquel que no está en contacto permanece sano, y cómo la transmisión es afectada a través de prendas, vasijas y pendientes.»
Girolamo Fracastoro propuso en 1546 que las enfermedades epidémicas estaban causadas por entidades como gérmenes transferibles que pueden transmitir la infección por contacto directo o indirecto o incluso sin contacto en grandes distancias. El médico italiano Francesco Redi proporcionó una prueba contra la generación espontánea. Ideó un experimento en 1668 donde usó tres jarras. Puso un pastel de carne en cada una de las tres jarras. Tuvo una de las jarras abierta, otra cerrada herméticamente, y la última cubierta con gasa. Después de unos días, observó que el pastel de carne en la jarra abierta estaba cubierto por gusanos, y la jarra cubierta con gasa tenía gusanos en la superficie de la gasa. No obstante, la jarra cerrada herméticamente no tenía gusanos ni dentro ni fuera. También se dio cuenta de que los gusanos sólo se encontraban en superficies que eran accesibles por moscas. Por esto concluyó que la generación espontánea no era una teoría plausible. Los microorganismos fueron observados directamente por primera vez por Anton van Leeuwenhoek, que está considerado el padre de la microbiología. El médico italiano Agostino Bassi es a menudo reconocido por haber expuesto la teoría microbiana de la enfermedad por primera vez, basándose en sus observaciones en la letal y epidémica enfermedad de la muscardina de los gusanos de seda. En 1835 culpó específicamente de las muertes de los insectos a un agente vivo y contagioso que era visible a simple vista como multitud de esporas polvorientas; estos hongos microscópicos fueron posteriormente llamados Beauveria bassiana en su honor. Ignacio Felipe Semmelweis fue un obstetra húngaro que trabajó en el Hospital General de Viena en 1847, que observó la espectacular alta frecuencia de muertes de fiebre puerperal entre las mujeres que parían en el hospital (30%). Por el contrario, los parto domiciliarios eran relativamente seguros. Investigando más, Semmelweis hizo la conexión entre la fiebre puerperal y los reconocimiento médicos de las mujeres de parto por los doctores. Se dio cuenta que estos médicos venían normalmente directamente de las autopsias. Afirmando que la fiebre puerperal era una enfermedad contagiosa y que materia de las autopsias estaba implicada en su desarrollo, Semmelweis hizo a los doctores lavarse sus manos con agua y cal antes de examinar mujeres embarazadas, reduciendo de ese modo la mortalidad del parto a menos del 2% en su hospital. Sin embargo, él y sus teorías fueron atacados sin piedad por la mayoría del sistema médico vienés. John Snow contribuyó a la formación de la teoría microbiana cuando localizó el foco del brote de cólera de 1854 en el barrio del Soho de Londres. El análisis estadístico de los casos de afectados mostró que el brote no concordaba con la teoría miasmática que estaba extendida en ese tiempo. Contrario al modelo de contagio, identificó beber agua como el causante de la transmisión de la enfermedad. Descubrió que ocurrieron casos en las casas que obtenían su agua de la fuente de Broad Street, que, no casualmente, estaba en el centro del brote. Louis Pasteur demostró entre 1860 y 1864 que la fermentación y el desarrollo de microorganismos en caldos de nutrientes no procedía de la generación espontánea. Expuso caldo recién hervido al aire en vasijas que contenían un filtro para impedir que todas las partículas pasaran al medio de cultivo: e incluso sin ningún filtro, con el aire siendo admitido por un largo y tortuoso tubo que no dejaría pasar partículas de polvo. No creció nada en los caldos, por tanto los organismos vivos que crecieron en estos caldos venían de fuera, como esporas en el polvo, en vez de ser generadas dentro del caldo. Robert Koch fue el primer científico en concebir una serie de pruebas usadas para verificar la teoría microbiana de la enfermedad[1] . Los postulados de Koch fueron usados por primera vez en 1875 para demostrar que el carbunco estaba causado por la bacterium Bacillus anthracis. Estos postulados son usados aún hoy en día para ayudar a determinar si una nueva enfermedad descubierta está causada por un microorganismo. CríticasAunque nadie cuestiona seriamente la teoría microbiana por completo, hay algunos que creen que es incompleta como una teoría de la enfermedad. La razón más comúnmente citada es la inexactitud clínica del tercer postulado de Koch, que afirma que cualquier animal susceptible de estar infectado por un microbio patógeno debe expresar síntomas. El propio Koch más tarde se retractó de este postulado después de que la evidencia mostró portadores de tifoidea y cólera sin síntomas. Las teorías de la enfermedad de otros hacen hincapié en los factores de resistencia en el anfitrión, sosteniendo que los microbios son tan ubicuos como para ser vistos como la «causa» de la enfermedad, aunque sean un componente necesario de la enfermedad. Estos acercamientos típicamente aceptan los mecanismos de la teoría microbiana, pero resaltan que la herencia genética, la salud pública, el estatus socioeconómico, nutricional y/o inmunológico, o el estilo de vida son más importantes que los propios microbios. Mucha gente con la misma o similar exposición a los mismos microbios, pueden no sufrir infecciones y resultados similares bajo un entorno normal. Puede depender de la resistencia de la defensa inmune. Pero la resistencia inmune, las susceptibilidades y las sensibilidades relacionadas con unos microbios particulares pueden ser también dependientes de las inestabilidades y desequilibrios en la bioquímica de un individuo. Por lo que se puede pensar que cualquier desviación de la homeostasis puede también ser una razón para invitar y coger cualquier infección que de alguna manera justifica la teoría del «miasma» o la basada en la sustancia. No obstante, el «miasma» no ha sido nunca observado científicamente, y esta hipótesis no está apoyada por la evidencia de su existencia. Véase tambiénReferencias
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