Los países harían bien en ayudarse mutuamente en materia de gas
Si los países europeos colaboran, pueden evitar una grave escasez de energía por falta de gas
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Pero, ¿cuáles serían los efectos de un comportamiento tan egoísta? ¿Y hasta qué punto estaría alejado de la solidaridad? Los investigadores del grupo de Giovanni Sansavini, catedrático de Ingeniería de la Fiabilidad y el Riesgo de la ETH de Zúrich, han examinado esta cuestión mediante cálculos con modelos. Una de las principales conclusiones del estudio es que colaborar solidariamente merece la pena. Como mínimo, permitiría a los países europeos evitar recortes drásticos e involuntarios de la demanda energética.
Colaborar solidariamente significa que los países se ayuden mutuamente cuando escasee el gas y firmen acuerdos bilaterales a tal efecto. Esto implicaría que un país redujera voluntariamente su demanda de energía para suministrar gas a otros países en caso de que lo necesitaran desesperadamente. Hasta la fecha sólo se han alcanzado ocho acuerdos de este tipo en Europa.
La alternativa a colaborar solidariamente es actuar de forma egoísta. A varios países centroeuropeos, como Alemania, Bélgica y los Países Bajos, les convendría actuar de forma egoísta, ya que así dispondrían de más gas. Sin embargo, esto provocaría escasez en otros países. Los más afectados serían los países del este de Europa: desde Finlandia hasta los Balcanes, pasando por los países bálticos.
Reorientación de los flujos de gas en Europa
La razón principal de todo esto es que la desaparición de Rusia como proveedor provocó un cambio fundamental en los canales de suministro de Europa. Rusia solía abastecer a los países del este de Europa, además de a Finlandia. Aunque Finlandia comparte frontera con Noruega, gran productor de gas natural, no hay gasoducto entre estos dos países nórdicos.
Europa compensa ahora su necesidad de gas ruso en gran parte con gas natural licuado (GNL), que llega por mar principalmente de Estados Unidos, Qatar y Nigeria. La mayoría de los puertos para manipular GNL se encuentran en el Atlántico y el Mediterráneo, siendo España la mayor zona de transferencia. La producción en Noruega sigue siendo elevada, al igual que las importaciones de Argelia, que llegan a Europa a través de gasoductos hasta España e Italia.
En otras palabras, ahora son los países de Europa Occidental los que sirven de puerta de entrada del gas al continente. Y los países del este y el sureste se encuentran de repente al final de la cadena de suministro.
"El problema es que la infraestructura gasística europea no se diseñó para este cambio", afirma Paolo Gabrielli, investigador principal del grupo de Sansavini y coautor del estudio. Los gasoductos transfronterizos funcionan al máximo de su capacidad, sobre todo en el sudeste de Europa. "Por eso el Sudeste de Europa es especialmente vulnerable a la escasez de gas y depende de los acuerdos con otros países". Gabrielli añade que los cuellos de botella existentes pueden eliminarse con inversiones adicionales en la infraestructura gasística.
Basándose en sus resultados, los investigadores piden a los responsables políticos que coordinen la distribución y el consumo de gas a escala internacional. Además, los particulares y las empresas de toda Europa deben tener más incentivos para reducir su consumo de gas siempre que sea posible, incluso cuando no haya escasez aguda. Esto ayudaría a mantener el almacenamiento de gas lo más lleno posible para estar preparados para un invierno frío.
"Reducir voluntariamente la demanda para distribuir uniformemente la carga es mucho menos doloroso que obligar a un país a reducir masivamente su demanda porque no hay energía disponible", afirma Jacob Mannhardt, estudiante de doctorado del grupo de Sansavini y autor principal del estudio. "La colaboración internacional junto con el ahorro energético anticipado son la forma más rentable de prevenir una grave crisis energética".
Reducir el impacto climático y la dependencia
En su estudio, los investigadores de la ETH analizaron todo el sistema energético teniendo en cuenta no sólo el gas, sino también otras fuentes de energía y la red eléctrica. Esto les permitió calcular que apagando las centrales de gas y generando en su lugar más electricidad mediante carbón se compensaría el 15% del déficit de suministro que deja el gas natural ruso. La desventaja sería el daño climático: esa medida por sí sola provocaría un aumento del 5% de las emisiones de gases de efecto invernadero en el sector de la electricidad y la calefacción.
"Demostramos que la diversificación del suministro de gas natural, y especialmente las importaciones de GNL, han estabilizado el abastecimiento de gas en Europa", afirma Gabrielli. "Pero Europa debe aprender la lección de esta crisis energética, a saber, que es peligroso depender de países extranjeros para su abastecimiento energético. Cambiar de proveedor extranjero no hace más que trasladar la dependencia".
Para evitar dañar el clima y simplemente forjar nuevas dependencias, los investigadores recomiendan canalizar el impulso actual hacia la inversión en el suministro energético nacional, ampliar las tecnologías renovables, proseguir los esfuerzos de electrificación y garantizar el comercio de electricidad en toda Europa.
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